miércoles, 13 de febrero de 2013

Cambiemos a mejor

Rudolf Steiner: filósofo austriaco, erudito literario, educador, artista, autor teatral, pensador social y esoterista.

La filosofía de Rudolf Steiner afirma que el ser humano se compone de espíritu, alma y cuerpo.
"El yo vive en el cuerpo y el alma, pero el espíritu que vive en el yo es algo eterno. Todo lo que en el yo se acoge de lo físico-material desaparecerá después de la muerte, pero lo que tenga ese yo que ver con las leyes del espíritu adquiere carácter de eternidad".

Steiner crea un nuevo sistema educativo cuya primera escuela funda en 1919 en Sttutgart (Alemania) para los hijos de los trabajadores de Waldorf-Astoria, una fábrica de cigarrillos. De ahí proviene el nombre de este sistema, el sistema Waldorf.
Está basado en su idea de ser humano, de forma que la educación se divide en tres etapas para desarrollar de forma plena todas las cualidades del niño y obtener un legado tanto intelectual como artístico y disciplinar.

Es un método alternativo muy creativo que basa su educación en la motivación y las ganas de aprender, no en la autoridad de un profesor sobre sus alumnos ni en memorizar libros de texto. 
Cada niño es algo único e irrepetible.


En la primera fase, de 0 a 7 años, se aprende jugando. Lo importante es que los niños se sientan seguros y aprendan a reconocer sus talentos sabiendo que a su alrededor son respetados. Mediante los juegos se facilita que pasen a la siguiente etapa con ganas de saber y que aprendan rápidamente a leer y escribir. El aprendizaje es movimiento, no un niño sentado en una silla recibiendo información.

La segunda fase, de 7 a 14 años, se centra en los sentimientos. Investigaciones demuestran que se piensa a través de lo que se siente. Lo importante no es que aprendan porque lo aprendido siempre termina olvidándose, lo importante es que no olviden lo que sintieron al aprender.

Y tercera fase, de 14 a 18 años, centrada en el intelecto. Los alumnos se acercan a las materias desde un punto de vista más analítico, utilizando para ello actividades artísticas y sin exámenes.
Los exámenes provocan competitividad entre los alumnos y presión y drama al suspender. Las escuelas Waldorf motivan la competitividad del alumno consigo mismo y el afán de superación. Eso les da seguridad, compañerismo y colaboración.


Los resultados afirman que los alumnos de este sistema educativo se adaptan fácilmente a la universidad e incluso superan a la media en cuanto resultados: disfrutan aprendiendo.


La educación de hoy día se basa en el consumismo y la competitividad, lo que produce estrés e hiperactividad. El sistema de Steiner evita esto. Los alumnos no siguen al profesor, el profesor sigue a sus alumnos. No necesita exámenes para contemplar como evolucionan, sigue el nivel de sus alumnos en las diferentes materias durante muchos años. Tampoco utilizan las nuevas tecnologías ya que, aunque son beneficiosas en general, el hecho de exponer a los niños durante horas ante una pantalla limita sus mundos.


La libertad es una condición básica para la existencia de una vida cultural creativa.

Hay más de 2000 escuelas Waldorf de Primaria/Secundaria/Bachillerato en todo el mundo y más de 1900 de infantil. Un cambio es posible.

La UNESCO apoya este sistema, ya que obtienen una muy buena educación y mejoran su salud física y mental. Además, se adapta según avanza la sociedad.

«Se podría introducir fácilmente en el sistema educativo público. Bastaría con bajar la ratio de alumno por maestro, y cambiar el sistema tan encerrado en el aula y tan centrado en la inteligencia lógica y lingüística hacia un sistema más abierto a la naturaleza, a la vida, al movimiento y a los distintos tipos de inteligencias y talentos», opina la profesora y periodista Ileana Medina.

Si nos proponemos lograr este tipo de sistema educativo, cambiaríamos por completo nuestra sociedad a mejor. La sociedad está educada de forma que la mayor parte de la gente es egoísta y no está motivada sino, más bien, estresada. El problema es que esto se transmite de generación en generación tanto en casa como en las aulas. Las condiciones de nuestro país no incitan a ser creativos, ambiciosos, ni a tener afán de superación. Y eso debe cambiar.

Nuestro sistema está anticuado. Se sigue educando a los niños tal y como se hacía hace 30 años. El único cambio ha surgido en los castigos. El castigo físico, a pesar de denigrante y nada ético, lograba su objetivo: obediencia, autoridad y miedo a la libre expresión. Pero la sociedad evoluciona y no podemos conformarnos con cambiar los métodos de castigo a algo más ético, que no funcione, y obviarlo. ¿Un parte, un grito, una expulsión? Eso ya no logra nada. No sirve. Debe cambiar.

La sociedad tiene que avanzar, necesitamos una educación que promueva las cualidades de cada persona, que logre que cada uno pueda brillar de forma propia. Se necesita motivación y eso ha de inculcarse. Consiste en educar a la sociedad desde cero para que las nuevas generaciones eduquen del mismo modo a las siguientes. Cada vez hay más abandono escolar y los alumnos no sienten interés por aprender. Y eso es un gran error del sistema. Aprender es algo innato en cada persona, es el amor hacia el saber, y es algo que el sistema educativo debería explotar al máximo, no extirpar.

Las escuelas Waldorf son un clarísimo ejemplo de que cambiar a mejor es posible.






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 Fuentes:
Sobre Steiner 
http://es.wikipedia.org/wiki/Rudolf_Steiner

Sobre el sistema educativo
http://es.wikipedia.org/wiki/Pedagog%C3%ADa_Waldorf
http://www.revistabiosofia.com/index.php?option=com_content&task=view&id=295&Itemid=55
http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/2007/02/27/pagina-72/55800623/pdf.html
http://www.escuela-waldorf.org/index.php/es/home/pedagogia
http://www.colegioswaldorf.org/pedagogia.html
http://smoda.elpais.com/articulos/la-nueva-forma-de-aprender/302

lunes, 4 de febrero de 2013

Experiencia 101: Buscar la caricia más leve

Mi pareja, el viernes, me hizo una visita sorpresa a la salida del instituto. Fue un detalle precioso.
Después de comer, vio en mi escritorio el libro de 101 experiencias filosóficas de la vida cotidiana y comenzó a ojearlo con curiosidad. Tras comentar ambos algunas de las experiencias más curiosas, se fijó en una en concreto y dejó el libro a un lado.

Acercó sus dedos a mi rostro y comenzó a acariciarme muy levemente. Cerré los ojos y me concentré únicamente en sentir.
Sabía de qué se trataba. Era la experiencia 101 del libro, la última. Buscar la caricia más leve. La había leído esa misma mañana.

Quizá penséis que este tipo de caricia apenas se siente. Si es así, no os podéis hacer una idea de lo equivocados que estáis. A pesar de ser la más leve, os puedo asegurar que es la más sentida de todas.

Sentía sus dedos por mis mejillas, mi nariz, mis labios. No es una caricia continua. Es tan leve que, en ocasiones, sus dedos danzaban brevemente por el aire antes de sentirlos de nuevo. Algo así como si trazara por mi piel pequeñas líneas discontinuas.
Es una sensación preciosa. El autor del libro la describe como éxtasis inefable de efecto divino. (Inefable: que no se puede explicar con palabras). Y tiene toda la razón. Te eriza la piel, te hace sentir bien, te relaja, te enamora.







Es un cosquilleo, es placer, es parar el tiempo.





Si pudiera atribuirle cualquier adjetivo existente, diría que es un cosquilleo agudo (sin llegar a rozar un agudo excesivo, ya que pasaría de maravilloso a desagradable) y dulce. Es de color diamante. Es un Sol mayor en una guitarra. Un Sol mayor o un La mayor. Es eléctrico, es esponjoso, es suave, es natural. Pero lo más bonito es saber que era él quien me hacía sentir tan bien.

Me acarició también el cuello y los brazos y se me erizaba la piel del gusto.

Pero no todas las caricias han de ser obligatoriamente con los dedos. Al terminar el recorrido de nuevo en mi rostro, pasó a acariciar mis mejillas con sus labios. Y mi nariz. Y mis labios.

Abrí los ojos y le sonreí, feliz. Había dejado de ser un experimento, había pasado a ser algo más que una experiencia escrita en un libro. Ahora, era algo muy nuestro.

Posé mis dedos en su rostro y comencé a acariciarle casi imperceptiblemente. Cerró los ojos y me sentí feliz por estar haciéndole sentir así.

Mientras me dedicaba a acariciarle lo más suavemente posible sin llegar a separar mis dedos de su piel, me dediqué también a mirarle. Es muy lindo. Deseaba hacerle sentir esa calma, esa magia, esa chispa, esa sensación que él había provocado en mí.

Terminé tal y como él lo había hecho: rozando mis labios con los suyos.
Me besó. Lo besé. Y nos fundimos en un abrazo y en un suspiro.

Como he dicho, no podéis imaginar lo bonito y perfecto que es esto. Ha pasado a ser un momento muy nuestro que repetimos y repetiremos a menudo.
A pesar de ser la caricia más leve, es la más sentida y, probablemente, la más deseada.