sábado, 30 de noviembre de 2013

Percepción y sensación

No podía ver.
Nada.

Durante veinte minutos fui ciega de vista.
Como el Lazarillo llevaba a su ciego, así iba yo, guiada por una amiga.
























Al principio la desconfianza me invadió. Sentía el suelo bajo mis pies, en ocasiones liso, otras rugoso. Las alcantarillas, las irregularidades, todo. Temía que, de repente, el suelo se acabase y mi cuerpo se precipitase al vacío.
Oía el sonido de los coches demasiado cerca, oía a la gente a mi alrededor, lo oía todo.

Poco a poco fui acostumbrándome pero, si la superficie del suelo cambiaba, no podía evitar volver a estar alerta. Era una continua sensación de atención a mis sentidos.
No pensaba nada más.

Cuando ejercí yo de lazarilla, cuando guié a mi amiga, todo era distinto.
Podía sentir su desconfianza al principio, caminando lentamente, aunque luego aceleró el ritmo.
Y, lo más llamativo, era ver a las personas a nuestro alrededor confusas por lo que ocurría.
Se sentía algo de vergüenza incluso, cosa que no sentías al ser ciega, ya que estás tan centrado en "sobrevivir" digamos, que no te preocupa lo que esté ocurriendo a tu alrededor.

Son experiencias muy distintas y muy curiosas de experimentar.

Esto me recuerda al libro "Ensayo sobre la ceguera" de José Saramago, que recrea una sociedad en la que todo el mundo pierde la vista, y lo caótico que esto resulta, ya que no estamos adecuados a ello.

A pesar de lo confuso y frustrante que resulta, es bueno experimentarlo para hacernos ver lo valiosos que son cada uno de nuestros sentidos, y los cambios que se producen en nuestro cerebro al perder uno de ellos.






martes, 26 de noviembre de 2013

EL COMPLEJO DE EDIPO

El complejo de Edipo surge del mito que recibe el mismo nombre:
Edipo era el hijo de Layo y Yocasta. El oráculo anuncia a Layo que su destino es ser asesinado por su propio hijo el cual, tras eso, se casaría con su mujer; y por ello Layo entrega a su hijo a un sirviente para que lo abandone. Pero el sirviente lo entrega a un pastor, que lo entrega a su vez al rey de Corinto, Pólibo, y su esposa Mérope, quienes lo acogen.
El joven Edipo escucha rumores de que Pólibo y Mérope no son sus verdaderos padres y consulta al oráculo, quien le dice que su destino es matar a su padre y casarse con su madre.
Edipo, creyendo entonces que Pólibo y Mérope sí que son sus verdaderos padres, deja Corinto para huir de su destino.
Durante su viaje se encuentra con Layo, entran en una pelea, mata a su verdadero padre y se casa con su madre. Cuando ésta descubre que Edipo es su hijo se suicida y éste se saca los ojos y abandona la ciudad.




SEGÚN FREUD:
El complejo de Edipo es, entonces, un complejo que se da en niños, donde éste centra su deseo sexual en la madre y crea celos y rivalidad contra su padre, contra el cual no puede hacer nada porque sabe que es más fuerte que él y, además, también le quiere, lo que crea sentimientos contradictorios y miedo irracional. Quiere casarse con su madre y matar a su padre, pero teme ser castrado (su madre lo está). Entonces se forma el superyó en el niño, que rechaza el incesto por miedo a la castración.
La niña, por el contrario, tenderá hacia su padre desde un principio al creer que tanto su madre como ella están castradas. Tenderá hacia su padre en busca de lo que la madre no tiene (pene), y que constituirá la base de su futura función sexual.


miércoles, 13 de noviembre de 2013

La oveja negra.

A finales del curso pasado, nuestro profesor de filosofía nos comentó una idea que tenía intención de poner en práctica este año. Una idea muy potente. Una idea que sólo podría llevarse a cabo con mucha fuerza de voluntad y con afán de superación.

Ir disfrazado a clase.
Pero no todos juntos, sino de forma individual.
Cada día, un alumno.
¿El objetivo?
Superar un miedo.

Y, efectivamente, este año caminando por los pasillos del instituto podrías encontrarte con una vaca, una submarinista, una princesa, a una chica disfrazada de patatas del Mcdonalds, a un chico disfrazado de niña... y no sería extraño. 

Yo me apunté a esta actividad sin pensarlo dos veces.
Opino que hacer el paripé es algo fundamental en la vida.

Me tocó ir disfrazada a clase el día 5 de noviembre, martes. Y en un principio pensé en ir disfrazada de Princesa Chicle (ya que antes tenía el pelo rosa y habría sido muy útil) o de zombie.
Pero el problema es que a mí me encantan mis disfraces y estoy orgullosa de ellos.
No me daba vergüenza ir así al instituto. Al contrario, me gustaba la idea.






La noche del día 4 de noviembre llegué a la conclusión de que si iba de Chicle o de zombie, el experimento no iba a tener gracia. Iba a disfrutarlo y, en teoría, debía ocurrir lo contrario.
Así que me paré a pensar. 

Mi disfraz debía tener dos características fundamentales para hacerme pasar vergüenza:
1. Maquillaje feo.
2. No parecer un disfraz.

Me explico. 
1. El maquillaje de los otros dos disfraces es favorecedor. Pero ir maquillada mal, ir fea en el total y absoluto sentido de la palabra, me daba mucho corte
2. En el instituto ya esperaban que cada día fueran alumnos de distintas clases disfrazados y yo había dicho que iría de zombie. Si iba con un disfraz que no pareciese un disfraz, si iba con un disfraz "poco currado", me dirían cosas poco bonitas como que tengo disfraces mejores, que qué decepción... y eso sí me iba a producir vergüenza. Además, si vas disfrazado en condiciones por la calle, la gente sabrá que es un disfraz. Pero si tu disfraz no parece un disfraz, la gente pensará cosas como ¿No se ha visto la cara? o ¿Qué hace así vestida por la calle/para ir a clase?.

Así que me decidí por ir de "recién levantada", de "resacosa", o como lo queráis llamar. 
Me puse el pijama más calentito que encontré, me maquillé y, luego, me eché agua para destrozarlo y correrlo todo. 
Y quedé tal que así:




Me costó muchísimo trabajo salir de mi casa y me arrepentí una y otra vez de no haber ido disfrazada de zombie. La gente por la calle me miraba extrañada y yo intentaba aliviar la enorme vergüenza que sentía hablando con esas personas Qué resaca llevo, tío, qué nochecita. 

Lo peor fue en el instituto, en realidad. A lo largo del día, pocos elogios recibí (que sí, esa era la intención, pero qué vergüenza, dios mío). Todo eran frases tales como Tía, ¿no ibas a venir de zombie?, María José, no parece que vengas disfrazada, o Así no pasas vergüenza, ¿sabes que el objetivo de esta actividad es pasar vergüenza?. Y yo pensando Jo, con la de disfraces buenos que tengo en casa...
Algún profesor también me dijo cosas y me echó en cara, días después, que en comparación con los demás yo no me lo había currado y que seguro que no había pasado vergüenza. 
Pero sí, demasiada.
No os imagináis las ganas que tenía de llegar a mi casa y arreglarme el destrozo de la cara.
Pero bueno, que piensen lo que quieran. Ese precisamente era el objetivo de este juego.
Que no te importe.

Me han contado que, a la salida de clase, la gente que venía de otros institutos a ver a alumnos del centro me miraba sorprendida. Yo no me di cuenta, la verdad. Intentaba no mirar a nadie, salir rápido e irme a casa. 
Para sufrir más, pasé de camino a mi casa por delante de las Carmelitas, el instituto que está a pocas calles del nuestro y donde yo estudiaba antes. Os podéis imaginar como me sentí. 

Llegando ya, una señora se me quedó mirando y me dijo que la resaca me sentaba muy bien.
Creo que fue el único piropo del día.
Y ya en la puerta de mi casa, unos vecinos me miraron de arriba a abajo. Les dije que no se extrañaran, que era una actividad de clase, y subí corriendo las escaleras.

Esto me ha ayudado a dar un paso más en lo que a perder la vergüenza se refiere. Al final de la mañana, te empieza a dar igual lo que piense la gente. El "ir guapos" es una norma social no escrita y, aunque de siempre la he aceptado tal cual, esto me ha hecho ver que no es tan importante, que no debe importarnos como nos vea la gente sino como nos vemos nosotros mismos. Qué queréis que os diga, a mí a veces se me olvidaba mi aspecto y, en esos momentos, no me parecía importante. Sólo es importante cuando te percatas de que los demás se fijan. Y no merece la pena.
Deberíamos ir por la vida con un aspecto que nos agrade a nosotros mismos. 

Y ya no sólo en cuanto a nuestro aspecto:
Deberíamos centrarnos en contentarnos a nosotros mismos, en hacer lo que a nosotros nos gusta, nos parece bien y nos causa satisfacción; no en agradar a los demás.

No deberíamos dejar que la sociedad se nos imponga de esta manera, que la forma en la que piensen de nosotros nos duela o nos haga daño. Yo tengo el pelo azul, me encanta tener el pelo de colores y me da igual lo que piensen. Y no sabéis la de cosas que me han dicho. 

Quizá a mí no me gusta tu forma de vestir o de peinarte, pero si a ti te gusta, estupendo.
Y debería ser igual a la inversa. Si a ti no te gusta mi apariencia, es problema mío
Este experimento me ha hecho percatarme de muchísimas cosas.

No os dejéis engañar.
Ser uno mismo es muchísimo mejor que vivir de lo que piensen los demás.

¿A quién le importa?