sábado, 14 de diciembre de 2013

No sé dónde estoy.

El mundo en que vivimos, el universo que nos rodea, da muchísimo que pensar.
Los antiguos filósofos, como Platón, tenían cada uno su forma de que todo encajase. Para este filósofo, el mundo estaba dividido en dos, y la idea del bien hacía que todo estuviese en orden. Para Heráclito, era la fuerza del logos. Para Anaxágoras, el Nous.

Pero, ¿y si el mundo no existe? ¿Nadie se lo ha planteado?
¿Y si no somos reales?

Lo que voy a contar ahora son reflexiones que tengo últimamente por las noches. No es broma, de verdad. Puede sonar paranoico, pero lo pienso. A veces. Otras creo que debo acostarme y descansar para dejar de pensar cosas raras.

En primer lugar, no creo que el universo sea infinito ni finito.
Hagámoslo por reducción al absurdo en cada caso.

Si el universo es finito quiere decir que tiene final, que se acaba. Si fuese así, en algún lugar pasando el sol y las estrellas, habría un final. Una especie de pared o límite material. Si es así, debería poder romperse. Y si se rompiera, ¿qué habría al otro lado? No tiene sentido. El hecho de que haya un final implica que haya algo detrás, es como una habitación y sus paredes. ¿Y por qué hay un final? Por lo tanto, esto se nos va de las manos. Que el universo sea finito no tiene sentido a no ser que hubiera algo detrás que tuviese una cierta razón de ser, una lógica por la que estar ahí.
Así que pienso que no es finito.

Pero si el universo es infinito quiere decir que es eterno, que está en todas partes. Y no me cabe en la cabeza. "En todas partes" es mucho espacio. Y si es infinito, ¿los planetas contenidos también son infinitos? Es un poco locura, ¿no? No puedo imaginarme algo tan grande que nunca acaba.

Como ninguna de las dos cosas me entra en la cabeza, he llegado a la absurda conclusión de que debe de ser semi-infinito o no existe. Que tampoco tiene sentido, pero ya lo pensaré más a fondo.



Otra cosa que tampoco acepto es la teoría del Big bang (y mira que me encanta esa serie de la televisión).
1. Empieza todo con un cúmulo de materia.
¿Por qué? ¿De dónde sale? ¿Qué había antes? No me gusta.

2. Es un cúmulo de materia que explota.
Vale, si es mucha cantidad de materia toda junta, ahí, comprimida en exceso, entiendo que explote. Pero no me creo el punto 1.

3. Comienza a expandirse.
¿Hacia dónde, si solo había un cúmulo de materia? ¿Cómo de grande es el lugar de expansión? Dirán que infinito, pero como he dicho, no creo en eso.

Y no me gusta no creerme las cosas porque empiezo a pensar y a pensar.
Me estreso porque quiero saberlo y no puedo.

Además, hay noticias que dicen que nuestro universo podría ser una simulación informática y que está siendo estudiado por diversos investigadores. También sopesan la idea de que sea un holograma.

Es todo tan confuso, hay tantas posibilidades y sabemos tan poco...

Al final, siempre llego a la conclusión de que somos puntitos vistos desde un avión, y somos nada vistos desde el espacio. Nuestra presencia es mínima en comparación con todo lo existente (o no existente).

Y al fin y al cabo, lo importante es aprovechar lo que tenemos, sea o no real.
Ser felices.
Ser felices dejando de preocuparnos por las cosas que no son importantes y vivir, que nuestra existencia es demasiado corta en comparación con los años que lleva nuestro planeta girando.
Y ser felices según el concepto de felicidad de Platón: conociendo.

Y me acuesto satisfecha, a pesar de que sigo sin saber nada sobre el lugar en que me encuentro.




sábado, 30 de noviembre de 2013

Percepción y sensación

No podía ver.
Nada.

Durante veinte minutos fui ciega de vista.
Como el Lazarillo llevaba a su ciego, así iba yo, guiada por una amiga.
























Al principio la desconfianza me invadió. Sentía el suelo bajo mis pies, en ocasiones liso, otras rugoso. Las alcantarillas, las irregularidades, todo. Temía que, de repente, el suelo se acabase y mi cuerpo se precipitase al vacío.
Oía el sonido de los coches demasiado cerca, oía a la gente a mi alrededor, lo oía todo.

Poco a poco fui acostumbrándome pero, si la superficie del suelo cambiaba, no podía evitar volver a estar alerta. Era una continua sensación de atención a mis sentidos.
No pensaba nada más.

Cuando ejercí yo de lazarilla, cuando guié a mi amiga, todo era distinto.
Podía sentir su desconfianza al principio, caminando lentamente, aunque luego aceleró el ritmo.
Y, lo más llamativo, era ver a las personas a nuestro alrededor confusas por lo que ocurría.
Se sentía algo de vergüenza incluso, cosa que no sentías al ser ciega, ya que estás tan centrado en "sobrevivir" digamos, que no te preocupa lo que esté ocurriendo a tu alrededor.

Son experiencias muy distintas y muy curiosas de experimentar.

Esto me recuerda al libro "Ensayo sobre la ceguera" de José Saramago, que recrea una sociedad en la que todo el mundo pierde la vista, y lo caótico que esto resulta, ya que no estamos adecuados a ello.

A pesar de lo confuso y frustrante que resulta, es bueno experimentarlo para hacernos ver lo valiosos que son cada uno de nuestros sentidos, y los cambios que se producen en nuestro cerebro al perder uno de ellos.






martes, 26 de noviembre de 2013

EL COMPLEJO DE EDIPO

El complejo de Edipo surge del mito que recibe el mismo nombre:
Edipo era el hijo de Layo y Yocasta. El oráculo anuncia a Layo que su destino es ser asesinado por su propio hijo el cual, tras eso, se casaría con su mujer; y por ello Layo entrega a su hijo a un sirviente para que lo abandone. Pero el sirviente lo entrega a un pastor, que lo entrega a su vez al rey de Corinto, Pólibo, y su esposa Mérope, quienes lo acogen.
El joven Edipo escucha rumores de que Pólibo y Mérope no son sus verdaderos padres y consulta al oráculo, quien le dice que su destino es matar a su padre y casarse con su madre.
Edipo, creyendo entonces que Pólibo y Mérope sí que son sus verdaderos padres, deja Corinto para huir de su destino.
Durante su viaje se encuentra con Layo, entran en una pelea, mata a su verdadero padre y se casa con su madre. Cuando ésta descubre que Edipo es su hijo se suicida y éste se saca los ojos y abandona la ciudad.




SEGÚN FREUD:
El complejo de Edipo es, entonces, un complejo que se da en niños, donde éste centra su deseo sexual en la madre y crea celos y rivalidad contra su padre, contra el cual no puede hacer nada porque sabe que es más fuerte que él y, además, también le quiere, lo que crea sentimientos contradictorios y miedo irracional. Quiere casarse con su madre y matar a su padre, pero teme ser castrado (su madre lo está). Entonces se forma el superyó en el niño, que rechaza el incesto por miedo a la castración.
La niña, por el contrario, tenderá hacia su padre desde un principio al creer que tanto su madre como ella están castradas. Tenderá hacia su padre en busca de lo que la madre no tiene (pene), y que constituirá la base de su futura función sexual.


miércoles, 13 de noviembre de 2013

La oveja negra.

A finales del curso pasado, nuestro profesor de filosofía nos comentó una idea que tenía intención de poner en práctica este año. Una idea muy potente. Una idea que sólo podría llevarse a cabo con mucha fuerza de voluntad y con afán de superación.

Ir disfrazado a clase.
Pero no todos juntos, sino de forma individual.
Cada día, un alumno.
¿El objetivo?
Superar un miedo.

Y, efectivamente, este año caminando por los pasillos del instituto podrías encontrarte con una vaca, una submarinista, una princesa, a una chica disfrazada de patatas del Mcdonalds, a un chico disfrazado de niña... y no sería extraño. 

Yo me apunté a esta actividad sin pensarlo dos veces.
Opino que hacer el paripé es algo fundamental en la vida.

Me tocó ir disfrazada a clase el día 5 de noviembre, martes. Y en un principio pensé en ir disfrazada de Princesa Chicle (ya que antes tenía el pelo rosa y habría sido muy útil) o de zombie.
Pero el problema es que a mí me encantan mis disfraces y estoy orgullosa de ellos.
No me daba vergüenza ir así al instituto. Al contrario, me gustaba la idea.






La noche del día 4 de noviembre llegué a la conclusión de que si iba de Chicle o de zombie, el experimento no iba a tener gracia. Iba a disfrutarlo y, en teoría, debía ocurrir lo contrario.
Así que me paré a pensar. 

Mi disfraz debía tener dos características fundamentales para hacerme pasar vergüenza:
1. Maquillaje feo.
2. No parecer un disfraz.

Me explico. 
1. El maquillaje de los otros dos disfraces es favorecedor. Pero ir maquillada mal, ir fea en el total y absoluto sentido de la palabra, me daba mucho corte
2. En el instituto ya esperaban que cada día fueran alumnos de distintas clases disfrazados y yo había dicho que iría de zombie. Si iba con un disfraz que no pareciese un disfraz, si iba con un disfraz "poco currado", me dirían cosas poco bonitas como que tengo disfraces mejores, que qué decepción... y eso sí me iba a producir vergüenza. Además, si vas disfrazado en condiciones por la calle, la gente sabrá que es un disfraz. Pero si tu disfraz no parece un disfraz, la gente pensará cosas como ¿No se ha visto la cara? o ¿Qué hace así vestida por la calle/para ir a clase?.

Así que me decidí por ir de "recién levantada", de "resacosa", o como lo queráis llamar. 
Me puse el pijama más calentito que encontré, me maquillé y, luego, me eché agua para destrozarlo y correrlo todo. 
Y quedé tal que así:




Me costó muchísimo trabajo salir de mi casa y me arrepentí una y otra vez de no haber ido disfrazada de zombie. La gente por la calle me miraba extrañada y yo intentaba aliviar la enorme vergüenza que sentía hablando con esas personas Qué resaca llevo, tío, qué nochecita. 

Lo peor fue en el instituto, en realidad. A lo largo del día, pocos elogios recibí (que sí, esa era la intención, pero qué vergüenza, dios mío). Todo eran frases tales como Tía, ¿no ibas a venir de zombie?, María José, no parece que vengas disfrazada, o Así no pasas vergüenza, ¿sabes que el objetivo de esta actividad es pasar vergüenza?. Y yo pensando Jo, con la de disfraces buenos que tengo en casa...
Algún profesor también me dijo cosas y me echó en cara, días después, que en comparación con los demás yo no me lo había currado y que seguro que no había pasado vergüenza. 
Pero sí, demasiada.
No os imagináis las ganas que tenía de llegar a mi casa y arreglarme el destrozo de la cara.
Pero bueno, que piensen lo que quieran. Ese precisamente era el objetivo de este juego.
Que no te importe.

Me han contado que, a la salida de clase, la gente que venía de otros institutos a ver a alumnos del centro me miraba sorprendida. Yo no me di cuenta, la verdad. Intentaba no mirar a nadie, salir rápido e irme a casa. 
Para sufrir más, pasé de camino a mi casa por delante de las Carmelitas, el instituto que está a pocas calles del nuestro y donde yo estudiaba antes. Os podéis imaginar como me sentí. 

Llegando ya, una señora se me quedó mirando y me dijo que la resaca me sentaba muy bien.
Creo que fue el único piropo del día.
Y ya en la puerta de mi casa, unos vecinos me miraron de arriba a abajo. Les dije que no se extrañaran, que era una actividad de clase, y subí corriendo las escaleras.

Esto me ha ayudado a dar un paso más en lo que a perder la vergüenza se refiere. Al final de la mañana, te empieza a dar igual lo que piense la gente. El "ir guapos" es una norma social no escrita y, aunque de siempre la he aceptado tal cual, esto me ha hecho ver que no es tan importante, que no debe importarnos como nos vea la gente sino como nos vemos nosotros mismos. Qué queréis que os diga, a mí a veces se me olvidaba mi aspecto y, en esos momentos, no me parecía importante. Sólo es importante cuando te percatas de que los demás se fijan. Y no merece la pena.
Deberíamos ir por la vida con un aspecto que nos agrade a nosotros mismos. 

Y ya no sólo en cuanto a nuestro aspecto:
Deberíamos centrarnos en contentarnos a nosotros mismos, en hacer lo que a nosotros nos gusta, nos parece bien y nos causa satisfacción; no en agradar a los demás.

No deberíamos dejar que la sociedad se nos imponga de esta manera, que la forma en la que piensen de nosotros nos duela o nos haga daño. Yo tengo el pelo azul, me encanta tener el pelo de colores y me da igual lo que piensen. Y no sabéis la de cosas que me han dicho. 

Quizá a mí no me gusta tu forma de vestir o de peinarte, pero si a ti te gusta, estupendo.
Y debería ser igual a la inversa. Si a ti no te gusta mi apariencia, es problema mío
Este experimento me ha hecho percatarme de muchísimas cosas.

No os dejéis engañar.
Ser uno mismo es muchísimo mejor que vivir de lo que piensen los demás.

¿A quién le importa?


domingo, 2 de junio de 2013

Pequeñas dosis de magia

Todos tenemos nuestros pequeños placeres, pequeñas cosas que nos sacan una sonrisa, que nos alegran el día, pequeñas dosis de magia que nos iluminan.
¿Qué sería de nosotros sin magia?

Uno de los pequeños lujos que me permito cada día es mirar. Ver, no. Mirar.
No es lo mismo. 
Me gusta mirar: ser consciente de lo que estoy viendo.
Viajando, siempre estamos atentos a todos los detalles y podemos ver las maravillas que esconde cada sitio sin apenas esfuerzo, porque es para lo que vamos. Pero no solemos ser atentos. Solemos andar sin prestar atención, concentrados en no llegar tarde, en una conversación, o en nuestros pensamientos.
Hace tiempo me surgió una duda ¿Por qué todo lo de fuera me parece precioso y el lugar donde vivo no me lo parece? Y salí a la calle y miré. Miré lo que veo cada día sin apenas fijarme. Miré también hacia arriba, hacia la parte alta de los edificios. Y vi cosas preciosas. Cosas preciosas que están ahí desde siempre y que nunca había mirado.
Desde entonces me he aficionado mucho a fotografiar la parte de arriba de los sitios.
Estamos tan acostumbrados a ver y a dirigir la mirada al suelo, que no nos molestamos en levantar la cabeza y descubrir que hay más mundo ahí arriba. Pero existe. Y a mí me encanta distraerme mirándolo. Es uno de mis pequeños placeres.

Y me encanta fotografiar los sitios que miro...


Además de mirar hacia arriba, me gusta mirar con amor. Es decir: buscando la parte bonita de todas las cosas. Intentando contemplar arte en cada cosa que miro. Sea un lugar, un objeto, o una nube.
Pienso que, si este es el mundo que nos ha tocado, debemos sentirnos a gusto e intentar admirarlo.
Todo es precioso.


Otro de mis pequeños placeres es componer, crear, ya sea un escrito, un dibujo o una canción.
Cuando compongo algo, entro en trance. Intento plasmar lo que siento, mi yo interno, mi mente, mis sentimientos. Siento que, a partir de mí, ha nacido algo nuevo. Algo que es 100% yo.

Es quedar desnuda. Sincerarme con un papel o las cuerdas de una guitarra. Lo que compongo sabe más sobre mí que cualquier persona, por mucho que me conozca. Guarda mi alma. Es un trozo de mis sentimientos. Y siento que si alguien ve lo que he compuesto... está viéndome tal cual soy, sin apariencias ni prejuicios. Y también siento que no podrá entenderlo del todo si no conoce el por qué lo he hecho o qué sentía.

Hace unos años escribía muchísimo cosa que, no sé realmente por qué, he ido abandonando. Este año me he dedicado a componer canciones, tendré unas tres o cuatro. Y, cuando me enfado, cojo un papel y expreso todo mediante dibujos y símbolos. No me esmero en el resultado, solo en dejar que los sentimientos fluyan y salgan de mí.

Dibujar a partir de otras obras también me resulta mágico, pero no tan mágico como el placer de saber que lo que estoy haciendo ha sido fruto única y exclusivamente de mi imaginación.


Obra impresionista de Monet



Sonreír también es un placer. Poder sonreír de felicidad, e incluso poder sonreír aun estando triste.  Sonreír, desde mi punto de vista, es esperanza, amor y fuerza. Una persona sin sonrisa es una persona vacía y, para mí, estar vacía es de las peores cosas que pueden ocurrirme.

Y el último placer que voy a comentar y que viene influido por la sonrisa... el sarcasmo. No te das cuenta de lo mucho que vale hasta que se te hace imposible utilizarlo. Laura Galindo sabe bien de lo que hablo. En el sur de España, sobre todo, somos muy dados al sarcasmo. Es una forma de expresión, de buen humor... y bueno, un poco de burla, pero sin ánimo de ofender.

Digo que Laura sabe bien de lo que hablo porque este verano fuimos a Granadilla con una beca. Granadilla es un pueblo abandonado e íbamos para reconstruirlo, supuestamente... y el "supuestamente" nos lleva a otra historia que no es momento de contar. 
El caso es que, hasta ese momento, no nos habíamos dado cuenta de lo acostumbradas que estábamos a hablar sarcásticamente. Ejemplo:

(Se cae el bol de la sal en la ensalada y al final de la cena...)
Yo: Pues yo creo que le faltaba sal a esto, ¿eh?
El chaval que derramó la sal: ¿QUE LE FALTABA SAL? Pero.. pero si se me cayó toda la sal en la ensalada, como puedes pensar que... ¿en serio crees eso?

El chaval muy serio e incluso sorprendido de lo que yo había dicho. Era del norte, claro.
En los últimos días, me hice un precioso cartel como el de Sheldon Cooper en The Big Bang Theory:


Y lo usé mucho. De verdad.


Pero, sin duda, el mejor placer de todos es el hecho mismo de sentir placer. Si todo fueran placeres, no les daríamos una mayor importancia. Pero el hecho de que haya otras cosas que no nos resultan placenteras, hace que los placeres existan. Destacan sobre el resto. 
Y ahí reside la magia.



miércoles, 13 de febrero de 2013

Cambiemos a mejor

Rudolf Steiner: filósofo austriaco, erudito literario, educador, artista, autor teatral, pensador social y esoterista.

La filosofía de Rudolf Steiner afirma que el ser humano se compone de espíritu, alma y cuerpo.
"El yo vive en el cuerpo y el alma, pero el espíritu que vive en el yo es algo eterno. Todo lo que en el yo se acoge de lo físico-material desaparecerá después de la muerte, pero lo que tenga ese yo que ver con las leyes del espíritu adquiere carácter de eternidad".

Steiner crea un nuevo sistema educativo cuya primera escuela funda en 1919 en Sttutgart (Alemania) para los hijos de los trabajadores de Waldorf-Astoria, una fábrica de cigarrillos. De ahí proviene el nombre de este sistema, el sistema Waldorf.
Está basado en su idea de ser humano, de forma que la educación se divide en tres etapas para desarrollar de forma plena todas las cualidades del niño y obtener un legado tanto intelectual como artístico y disciplinar.

Es un método alternativo muy creativo que basa su educación en la motivación y las ganas de aprender, no en la autoridad de un profesor sobre sus alumnos ni en memorizar libros de texto. 
Cada niño es algo único e irrepetible.


En la primera fase, de 0 a 7 años, se aprende jugando. Lo importante es que los niños se sientan seguros y aprendan a reconocer sus talentos sabiendo que a su alrededor son respetados. Mediante los juegos se facilita que pasen a la siguiente etapa con ganas de saber y que aprendan rápidamente a leer y escribir. El aprendizaje es movimiento, no un niño sentado en una silla recibiendo información.

La segunda fase, de 7 a 14 años, se centra en los sentimientos. Investigaciones demuestran que se piensa a través de lo que se siente. Lo importante no es que aprendan porque lo aprendido siempre termina olvidándose, lo importante es que no olviden lo que sintieron al aprender.

Y tercera fase, de 14 a 18 años, centrada en el intelecto. Los alumnos se acercan a las materias desde un punto de vista más analítico, utilizando para ello actividades artísticas y sin exámenes.
Los exámenes provocan competitividad entre los alumnos y presión y drama al suspender. Las escuelas Waldorf motivan la competitividad del alumno consigo mismo y el afán de superación. Eso les da seguridad, compañerismo y colaboración.


Los resultados afirman que los alumnos de este sistema educativo se adaptan fácilmente a la universidad e incluso superan a la media en cuanto resultados: disfrutan aprendiendo.


La educación de hoy día se basa en el consumismo y la competitividad, lo que produce estrés e hiperactividad. El sistema de Steiner evita esto. Los alumnos no siguen al profesor, el profesor sigue a sus alumnos. No necesita exámenes para contemplar como evolucionan, sigue el nivel de sus alumnos en las diferentes materias durante muchos años. Tampoco utilizan las nuevas tecnologías ya que, aunque son beneficiosas en general, el hecho de exponer a los niños durante horas ante una pantalla limita sus mundos.


La libertad es una condición básica para la existencia de una vida cultural creativa.

Hay más de 2000 escuelas Waldorf de Primaria/Secundaria/Bachillerato en todo el mundo y más de 1900 de infantil. Un cambio es posible.

La UNESCO apoya este sistema, ya que obtienen una muy buena educación y mejoran su salud física y mental. Además, se adapta según avanza la sociedad.

«Se podría introducir fácilmente en el sistema educativo público. Bastaría con bajar la ratio de alumno por maestro, y cambiar el sistema tan encerrado en el aula y tan centrado en la inteligencia lógica y lingüística hacia un sistema más abierto a la naturaleza, a la vida, al movimiento y a los distintos tipos de inteligencias y talentos», opina la profesora y periodista Ileana Medina.

Si nos proponemos lograr este tipo de sistema educativo, cambiaríamos por completo nuestra sociedad a mejor. La sociedad está educada de forma que la mayor parte de la gente es egoísta y no está motivada sino, más bien, estresada. El problema es que esto se transmite de generación en generación tanto en casa como en las aulas. Las condiciones de nuestro país no incitan a ser creativos, ambiciosos, ni a tener afán de superación. Y eso debe cambiar.

Nuestro sistema está anticuado. Se sigue educando a los niños tal y como se hacía hace 30 años. El único cambio ha surgido en los castigos. El castigo físico, a pesar de denigrante y nada ético, lograba su objetivo: obediencia, autoridad y miedo a la libre expresión. Pero la sociedad evoluciona y no podemos conformarnos con cambiar los métodos de castigo a algo más ético, que no funcione, y obviarlo. ¿Un parte, un grito, una expulsión? Eso ya no logra nada. No sirve. Debe cambiar.

La sociedad tiene que avanzar, necesitamos una educación que promueva las cualidades de cada persona, que logre que cada uno pueda brillar de forma propia. Se necesita motivación y eso ha de inculcarse. Consiste en educar a la sociedad desde cero para que las nuevas generaciones eduquen del mismo modo a las siguientes. Cada vez hay más abandono escolar y los alumnos no sienten interés por aprender. Y eso es un gran error del sistema. Aprender es algo innato en cada persona, es el amor hacia el saber, y es algo que el sistema educativo debería explotar al máximo, no extirpar.

Las escuelas Waldorf son un clarísimo ejemplo de que cambiar a mejor es posible.






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 Fuentes:
Sobre Steiner 
http://es.wikipedia.org/wiki/Rudolf_Steiner

Sobre el sistema educativo
http://es.wikipedia.org/wiki/Pedagog%C3%ADa_Waldorf
http://www.revistabiosofia.com/index.php?option=com_content&task=view&id=295&Itemid=55
http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/2007/02/27/pagina-72/55800623/pdf.html
http://www.escuela-waldorf.org/index.php/es/home/pedagogia
http://www.colegioswaldorf.org/pedagogia.html
http://smoda.elpais.com/articulos/la-nueva-forma-de-aprender/302

lunes, 4 de febrero de 2013

Experiencia 101: Buscar la caricia más leve

Mi pareja, el viernes, me hizo una visita sorpresa a la salida del instituto. Fue un detalle precioso.
Después de comer, vio en mi escritorio el libro de 101 experiencias filosóficas de la vida cotidiana y comenzó a ojearlo con curiosidad. Tras comentar ambos algunas de las experiencias más curiosas, se fijó en una en concreto y dejó el libro a un lado.

Acercó sus dedos a mi rostro y comenzó a acariciarme muy levemente. Cerré los ojos y me concentré únicamente en sentir.
Sabía de qué se trataba. Era la experiencia 101 del libro, la última. Buscar la caricia más leve. La había leído esa misma mañana.

Quizá penséis que este tipo de caricia apenas se siente. Si es así, no os podéis hacer una idea de lo equivocados que estáis. A pesar de ser la más leve, os puedo asegurar que es la más sentida de todas.

Sentía sus dedos por mis mejillas, mi nariz, mis labios. No es una caricia continua. Es tan leve que, en ocasiones, sus dedos danzaban brevemente por el aire antes de sentirlos de nuevo. Algo así como si trazara por mi piel pequeñas líneas discontinuas.
Es una sensación preciosa. El autor del libro la describe como éxtasis inefable de efecto divino. (Inefable: que no se puede explicar con palabras). Y tiene toda la razón. Te eriza la piel, te hace sentir bien, te relaja, te enamora.







Es un cosquilleo, es placer, es parar el tiempo.





Si pudiera atribuirle cualquier adjetivo existente, diría que es un cosquilleo agudo (sin llegar a rozar un agudo excesivo, ya que pasaría de maravilloso a desagradable) y dulce. Es de color diamante. Es un Sol mayor en una guitarra. Un Sol mayor o un La mayor. Es eléctrico, es esponjoso, es suave, es natural. Pero lo más bonito es saber que era él quien me hacía sentir tan bien.

Me acarició también el cuello y los brazos y se me erizaba la piel del gusto.

Pero no todas las caricias han de ser obligatoriamente con los dedos. Al terminar el recorrido de nuevo en mi rostro, pasó a acariciar mis mejillas con sus labios. Y mi nariz. Y mis labios.

Abrí los ojos y le sonreí, feliz. Había dejado de ser un experimento, había pasado a ser algo más que una experiencia escrita en un libro. Ahora, era algo muy nuestro.

Posé mis dedos en su rostro y comencé a acariciarle casi imperceptiblemente. Cerró los ojos y me sentí feliz por estar haciéndole sentir así.

Mientras me dedicaba a acariciarle lo más suavemente posible sin llegar a separar mis dedos de su piel, me dediqué también a mirarle. Es muy lindo. Deseaba hacerle sentir esa calma, esa magia, esa chispa, esa sensación que él había provocado en mí.

Terminé tal y como él lo había hecho: rozando mis labios con los suyos.
Me besó. Lo besé. Y nos fundimos en un abrazo y en un suspiro.

Como he dicho, no podéis imaginar lo bonito y perfecto que es esto. Ha pasado a ser un momento muy nuestro que repetimos y repetiremos a menudo.
A pesar de ser la caricia más leve, es la más sentida y, probablemente, la más deseada.